Qué nos enseñan en educación las elecciones

Qué nos enseñan en educación las elecciones

Miguel Rellán, Félix en ‘Compañeros’. (Antena 3)

¿Cómo no vamos a educar en cada clase, en cada materia, en cada tiempo y espacio escolar, en la democracia, en la política del compromiso con el bien común y con la mejora colectiva y la justicia social?

ENRIQUE DÍEZ

La educación es política. Lo dice el mayor pedagogo del mundo, Paulo Freire. Lo dice el prestigioso experto en educación Jaume Carbonell. Lo digo yo también. Y lo dice cualquier “persona de bien” (como ha puesto de moda ahora la derecha). Porque, como ya explicaba hace un tiempo Aristóteles el ser humano es un “animal político”. Porque pensamos, reflexionamos y tenemos un modelo de sociedad, de relaciones, de organización que nos gustaría tener. Esto es la política.

Quien dice que no se mete en política, es quien más hace política. Porque dice que las cosas están bien como están y que no va a hacer nada por cambiarlas. Es decir, proclama su visión y posición política: que está bien que sigan existiendo conciertos, a pesar de que sean una sangría de dinero público, y sirvan para seguir manteniendo la segregación escolar y social. Que está bien que se siga utilizando el espacio educativo, un espacio de convivencia plural y sin dogmas, para adoctrinar en una religión y en unas creencias ideológicas de los obispos católicos, que además pagamos entre todos. Que está bien que las ratios escolares sean tan altas que impiden atender a la diversidad y plantear una educación inclusiva. Que es lo mejor que se siga privatizando y convirtiendo en negocio los servicios públicos, etc., etc.

Pero tan peligrosos como ellos son quienes despotrican contra “la política” sin más. Que suelen decir a voz en grito en los bares, en las terrazas, en los claustros de profesorado…, aquello de que: “todos los políticos son iguales”. Estos son los que suministran la píldora envenenada a los jóvenes, a los vecinos y vecinas, a los ingenuos para que no hagan nada, para que se queden como están. Porque, como decía la ultraderechista inglesa Margaret Thatcher: “No hay alternativa” (TINA por sus siglas en inglés). Aunque ya lo decía antes el dictador fascista hispano, el general franco. Le atribuyen aquella frase de: “Usted haga como yo, no se meta en política”. Esto es lo que dice la derecha y la ultraderecha. Porque son ellos las que la han hecho siempre.

Este es el caldo de cultivo del auge del neofascismo y de la ultraderecha, no solo en este país, sino en toda Europa. Así hemos visto cómo ha crecido el neofascismo en una parte muy significativa de los municipios en estas elecciones, pero también en los parlamentos autonómicos y en los parlamentos europeos y el europarlamento. Y cómo los medios de comunicación sociales lo blanquean y lo normalizan como “una opción más”, “una opinión entre otras”.

El discurso de odio, un programa de odio, no es una opción ni una opinión más. Es un delito, un atentado contra los derechos humanos, una forma de terrorismo político y como tal debería tratarse. Sobre todo, cuando hemos vivido la experiencia histórica sistemáticamente de que tras sus discursos siguen acciones y genocidios (nazismo, pinochetismo, franquismo, dictaduras, etc., etc.).

La escena de uno de los capítulos de la tercera temporada de la exitosa serie de Antena 3 Compañeros se ha viralizado en internet debido a su mensaje claramente antifascista. “En este colegio no entra nadie más con símbolos fascistas, banderitas preconstitucionales, esvásticas o cruces célticas”, pronunció contundente la directora del centro ficticio de esta serie, encarnada por la actriz Tina Sáinz, en el séptimo capítulo de la tercera temporada. “Pero estás yendo en contra de la libertad de expresión de la gente”, dijo un alumno. “¡Silencio!”, interrumpió el profesor Félix, al que daba vida el actor Miguel Rellán. “Está usted listo si piensa que es equiparable, no sé, pintarse el pelo o gritar ‘¡Hala Madrid!’, que hacer apología del genocidio”, continuó explicando. “Oye, cada uno puede tener la ideología que le dé la gana”, rebatió otro de los alumnos. “Naturalmente, lo que no se puede es incumplir la ley”, volvió a replicar el profesor ante los estudiantes. “Pero cómo vamos a ser respetuosos con una ideología que no respeta a los demás”, añadió la profesora de Literatura Marisa (la actriz Beatriz Carvajal), y añadió, “No podemos ser tolerantes con grupos que lo único que persiguen es aterrorizar a todo aquel que se cruza en su camino”. Esto hoy, posiblemente, sería impensable en nuestros centros.

Estas elecciones municipales y el auge del neofascismo en todo el Estado, que ha conquistado todos los parlamentos autonómicos, nos tienen que hacer reflexionar a la comunidad educativa. Nos tenemos que preguntar seriamente ¿qué hemos estado haciendo durante los últimos veinte años para que la actual generación de adultos y adultas, formados en nuestras aulas, esté votando al fascismo y considerando una opción más el discurso de odio, contra la igualdad, contra la memoria histórica…?, ¿qué contenidos hemos desarrollado en el currículum escolar que desconocen que el fascismo ha cometido genocidios con seres humanos a lo largo de la historia?, ¿qué valores hemos trasmitido que admiten la insolidaridad, el desprecio hacia quienes más lo necesitan, el patriotismo armado y bélico o el orden autoritario que proclama la ultraderecha?, ¿qué democracia hemos impulsado que son capaces de votar una opción capaz de destruir la democracia en nombre de la propia democracia, como ya lo hicieron Hitler o Mussolini?

Estas elecciones nos deben hacer reflexionar en la escuela sobre el significado y el sentido de la política. Como hay ciudadanos y ciudadanas que dan un paso adelante y se significan (incluso aunque sean “señalados” por ello) para representar a sus conciudadanos. Y representarles para mejorar sus pueblos, sus barrios, sus zonas y las de todos y todas. No pensando en ellos mismos o sus intereses (aunque siempre son noticia esa minoría significativa de corruptos que “se meten en política para hacer dinero”), sino en los demás. Que les cuesta dinero, tiempo y esfuerzo.

Como hay tantos concejales y concejalas en más de ocho mil municipios, miembros de grupos políticos y de sindicatos en todo el territorio nacional, que luchan por los derechos de los demás y no solo de los suyos (en Alemania los derechos que se consiguen por los sindicatos se aplican solo a quienes están sindicados: subida salario mínimo, convenios dignos, etc.). Que apuestan por el bien común. Y que consideran que la democracia formal, el gobierno de las mayorías (aunque no sea una verdadera democracia, porque siguen “gobernando en la sombra” los de siempre, los poderes económicos y mediáticos que no han sido elegidos por nadie), es la opción posible y viable actualmente para mejorar las cosas para los de abajo, para la clase trabajadora, para quienes han sido empobrecidos por el capitalismo y las políticas neoliberales.

¿Cómo no vamos a educar en cada clase, en cada materia, en cada tiempo y espacio escolar, en la democracia, en la política del compromiso con el bien común y con la mejora colectiva y la justicia social? Ignorarlo, minimizarlo, posponerlo, tener miedo a que la ultraderecha nos denuncie, procurar no tener problemas con quienes siempre mandan, es lo que nos ha llevado a este resultado: que, de nuevo, el neofascismo esté en las instituciones y que este cáncer no se haya erradicado, y sigamos con una democracia débil y no consolidada.

No podemos en el sistema educativo seguir siendo “indiferentes” ni “obedientes” ante la pobreza y la injusticia, ante la guerra y la crueldad, ante la insolidaridad y el egoísmo, ante el saqueo del bien común, ante la intolerancia, la impunidad y el auge del neofascismo. La verdadera munición del neofascismo no es solo el odio y la violencia; es nuestro silencio y nuestra indiferencia cómplice. Ya lo decía Martin Luther King: “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena” que miramos para otro lado ante la barbarie y la impunidad.

Por eso, como comunidad educativa debemos tomar medidas políticas, sociales, educativas, profesionales y personales para educar en la igualdad, en la inclusión, en la justicia social, en el bien común y en los derechos humanos desde una pedagogía claramente antifascista. Sin concesiones ni medias tintas. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su conjunto. Como sociedad, como comunidad educativa y como profesorado y “personas de bien” debemos implicarnos de una forma clara y sin ambages para combatir el neofascismo en las aulas. No se puede ser demócrata sin ser antifascista.

Se puede leer más al respecto y ver cómo afrontar esta lucha contra el sunami del neofascismo que viene en el libro de reciente publicación Pedagogía Antifascista.

Este artículo fue originalmente publicado en eldiariodelaeducacion.com

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