A vueltas con la libertad

A vueltas con la libertad

A vueltas con la libertad.

La realidad es demasiado contundente para dejarla al paso. Y la realidad es que esa idea de libertad egoísta, centrada en uno mismo, en sus deseos más emocionales y compulsivos, forma parte de los destrozos que el capitalismo primero, y el neoliberalismo después, han hecho sobre el sentir de esta sociedad.

Se destruyó el tejido social-organizativo y se sustituyó, sólo en parte, por el asociativo, que absorbía la buena disposición y entrega de ese grupo social que clama justicia y solidaridad y que daba sentido en esas asociaciones a su necesidad de sentirse útiles y buscar la realización personal en el otro, en el común, en el todos.

Se devaluaron las palabras a base de exageraciones terminológicas y apropiaciones indebidas, sinónimos encubiertos, campos semánticos impropios, dejándolas, en definitiva, vacías de significado. Disponibles para ser usadas como espurio símbolo, banderín de enganche o imagen publicitaria, cuando no para propósitos más perversos.

Se nos robó nuestra principal riqueza, nuestro mejor valer: el tiempo. Y se nos cambió por trabajo que nos permitiera adquirir lo imprescindiblemente innecesario para construir nuestro mundo de apariencias, o por consumo de historias y ficciones que hicieran más llevadera nuestra realidad cotidiana tremendamente empobrecida.

Y al robarnos el tiempo, en sus brazos desapareció la posibilidad de pensar, de reflexionar detenidamente el significado de las noticias, los gestos, las implicaciones, la intencionalidad (la del poder y la nuestra). Pero también la sensibilidad, la que se estimula disfrutando detenidamente de una obra de arte o de un paisaje. Sin olvidar la posibilidad de sentir los acontecimientos con el detalle que merecen sin dejarse arrastrar por el dinamismo cinematográfico de las noticias, que envuelve en papel de celofán las más terribles desgracias.

Se nos ofreció información, tanta que resulta imposible procesarla con detenimiento, haciéndonos creer que lo importante era estar informado de todo, obviando que la información no implica conocimiento y que, sin él, la primera es un aditamento a nuestra necesidad de distracciones y recreos. Como consecuencia, carentes del sosiego que precisa la reflexión, desbordados por la cantidad y rapidez de los acontecimientos, nos valemos del mensaje-impacto para percibir y hasta para comunicarnos.

Las relaciones humanas se reducen cada vez más al mundo de lo etéreo. A la digestión del interés virtual, carente de profundidad, construido sobre el embeleso de lo que nos gustaría ser y ni siquiera sabemos si podemos serlo. Y la ensofía se perdió en ese laberinto de distancias.

Y en ese contexto, sale alguien diciendo “libertad o socialismo” y lo entendemos como realidades contrapuestas porque hay una “o” en medio. Pero resulta que este slogan apela a la libertad negativa de “hacer lo que me da la gana” y da la sensación de que nadie se para a pensar que eso sólo vale para quien disfruta de determinadas condiciones económicas y de poder para hacerlo. Pero, y esto es más importante aún, sólo vale para quien cultiva una conciencia suficientemente laxa como para despreciar las consecuencias y el sufrimiento que acarrea la concreción de ese deseo. Contamino porque quiero. Violo porque puedo. Acoso porque me lo pide el cuerpo… Las concreciones del mensaje son terribles. No entender que la libertad propia se construye de forma participada con la de los demás es, si se hace desde la inconsciencia, muy peligroso, si además es pretendida, fascista. Del apoyo mutuo, ni hablamos, queda tan lejos de semejante actitud.

Y en esa tesitura minimalista, mi caña, podérmela tomar si me da la gana, donde me dé la gana y con quien quiera, vale más que cientos de vidas de las personas mayores, que además de serlo, total, ya estaban en una residencia. La empatía se disolvió en ese vaso lleno del yo, me, mi, conmigo. Porque quien desprecia la vida de los demás con tanta naturalidad, poco le importa que esas existencias segadas lo sean fruto de una irresponsabilidad extrema. Al fin y a la postre, me voy de fiesta porque me da la gana. Siempre nos quedará la posibilidad de pensar que los contagiaron otros. Siempre será posible responsabilizar a otros de nuestras imposturas. El camino pues, está expedito. Sirve con que la derecha, que en este país siempre ha sido extrema, nos prometa el paraíso y con él quitarnos del medio todo lo que nos molesta: enemigos políticos, inmigrantes, homosexuales, pobres… aunque el precio se pueda medir en vidas, siempre que esas vidas nos resulten “ajenas”.

El problema, y la virtud, de la democracia es que incluso su existencia depende de sí misma. Es el albur de los ciudadanos y ciudadanas el que decide su futuro. La democracia es un mal menor para la libertad que sólo se valora cuando la alternativa es el fascismo. No parece que en estos momentos estemos evolucionando precisamente hacia la superación de ese modelo de gobierno por una alternativa libertaria.

FASE CGT

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