«Una educación con perspectiva de género sería una educación sin género»

«Una educación con perspectiva de género sería una educación sin género»

Zaragoza acoge la semana que viene las jornadas ‘Ni más ni menos: iguales’, una actividad para reflexionar sobre la necesidad de incluir la perspectiva de género en el ámbito educativo y prevenir la violencia machista en todas las etapas. De otras jornadas, del I Encuentro Aprender con Perspectiva de Género en Aragón de hace casi dos años, surgió el libro ‘La perspectiva de género en la educación aragonesa’. Begoña Garrido (Zaragoza, 1969), coautora junto a Nieves Ibeas, analiza en ese texto la perspectiva de género en la etapa no universitaria.

El libro comienza diciendo que el «sistema educativo permanece inmerso en un sistema simbólico sexista», ¿por qué?

Porque hasta ahora el ideario del que participamos todas y todos sigue los patrones de una división social, económica y política entre hombres y mujeres. Ocurre desde hace muchísimos siglos; muchas veces no somos conscientes del peso real que tiene esa herencia en nuestra forma de actuar, en nuestras actitudes, comportamientos, procedimientos… La educación es o, al menos, debería ser un ámbito pionero para construir un mundo diferente. La educación es transmisión de valores, pero no necesariamente es reproducción de los que ya existen.

¿Cómo sería una educación con perspectiva de género?

Siempre digo que sería una educación sin género. Es decir, que yo sea capaz de hablar con otra persona sin tener en cuenta su género. Que yo vea a la persona, lo que puede hacer, lo que le resulta difícil, sus convicciones, sin ver el género.

¿Cómo se traduce esto en las aulas?

Hay mucho trabajo por delante porque, en realidad, todo lo que queramos hacer en las aulas -en cuanto a perspectiva de género, al respeto al medio ambiente, al respeto a iguales…- tiene que partir del ejemplo que damos los y las docentes. Lo que transmitimos de forma verbal, obviamente, tiene mucha importancia; el lenguaje es prioritario. Sin embargo, tiene que ver también con cómo lo hacemos, cómo lo decimos, cómo nos situamos con el resto de compañeros y compañeras, cómo miramos a los niños y las niñas… La clave está en el cómo, como ocurre con tantísimas cosas relacionadas con la educación en valores.

Ese «cómo», lógicamente, tiene que ser transversal. ¿Sería necesario también incluir la igualdad como un contenido diferenciado, por ejemplo, formando parte del temario de una asignatura?

En el libro apuntamos que hay dos corrientes sobre este asunto. Hasta que se consiga la igualdad efectiva, algunas compañeras y compañeros defienden que sí hacen falta unos contenidos más específicos. Sin embargo, otras personas que se dedican a la docencia defienden que no, que esto tiene que ser sólo transversal porque es así como se educa en valores. En todo caso, el aula no es el único espacio de aprendizaje. Este empeño tiene que trascender a los pasillos, a la estructura del centro, al patio, a cómo se recibe a las familias… Tiene que ser una cuestión de comunidad educativa y de estructura escolar; en Primaria, en Infantil, en Secundaria… en todo. No se trata de que haya una persona muy conciencia que dé las clases de una manera determinada; todas y todos tenemos que aportar nuestro granito de arena para construir un mundo donde la igualdad efectiva sea real.

En educación no universitaria, ¿está el profesorado suficientemente concienciado y formado?

Hay de todo. En las jornadas que organizamos en 2017, quisimos poner en valor aquellas prácticas que sí se están consiguiendo. Andalucía nos saca siglos de ventaja en este tema, porque tienen planes de igualdad desde muchísimo antes que en Aragón nos lo estuviéramos planteando. Sin embargo, en estudios reglados, tanto con el ciclo como con el máster, Aragón es pionera en educación de género. Esto es fruto de un sentir social. ¿Ese sentir es compartido de todas las personas que nos dedicamos a la docencia? Claro que no, pero sí hay muchas gente en muchos sitios educando con perspectiva de género.

¿Qué buenas prácticas destacaría en Educación Infantil y Primaria?

El colegio Guillermo Fatás es, sin duda, un referente. El Ramiro Solans también está trabajando muy bien todos los espacios. El Colegio de Educación Especial Gloria Fuertes de Andorra trabaja la igualdad de una forma dignísima. De Secundaria, tendríamos el IES Rodanas de Épila. Y en participación en los centros escolares, también deberíamos apuntar los Proyectos de Integración de Espacios Escolares (PIEE) del IES Virgen del Pilar o del IES Ramón y Cajal. Un PIEE es un espacio donde el alumnado solicita actividades que le gustaría hacer en tiempo escolar; pues bien, tanto el PIEE del Virgen del Pilar como el del Ramón y Cajal tienen unas asambleas feministas impresionantes. Estas asambleas no son propiamente docencia, pero sí forman parte de la vida del instituto.

¿Qué hacen en estos centros?

No son programas, que todavía no se han diseñado, sino pequeñas prácticas por parte de algunas personas. Esas buenas prácticas, en Infantil consisten, sobre todo, en desterrar todo aquello que tiene que ver con estereotipos, con princesas, con príncipes. Todas las niñas y niños tienen que ser heroínas y héroes, tienen que participar como protagonistas de los cuentos; no sólo con aquello que han sido ventajas tradicionales de las princesas o de los príncipes, sino como personas que interactúan dentro de una historia. En Primaria, son importantes los contenidos, pero también es fundamental acostumbrarnos a nombrar siempre a niños y niñas, a evitar ejemplos como «Juan y Pepe» y optar por «Juan y Marta»… Los modos son clave. Puedes tener mucho cuidado con el lenguaje en el aula, pero el alumnado nos detecta dónde estamos fallando a la mínima. Si no nos lo creemos, se dan cuenta enseguida. El equipo de orientación de Calamocha puso en marcha un programa de detección de abusos sexual a menores con una delicadeza y una sensibilidad exquisita que conseguía que los niños y niñas no se sintieran culpabilizados por que les estuviera pasando, sino capaces de pedir ayuda a una persona mayor. Otro ejemplo muy bonito es en la residencia Montearagón de Huesca. Allí, el alumnado se queda a dormir porque pertenece a poblaciones diferentes a Huesca. Entonces, más allá de lo que se trabaja en el aula, se han planteado cómo se reparten las tareas, qué se hace con el ocio… Esto es aún más importante cuando las personas que se quedan a dormir en esa residencia cursan habitualmente FP, un ámbito en el que se nota muchísimo qué profesiones están masculinizadas y cuáles feminizadas.

Artículo publicado originalmente en eldiario.es

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