Por una escuela que dibuje libertad

No podemos dejar en manos de las familias únicamente la educación en valores porque estos pueden ser contrarios a los principios democráticos.

Rocí­o Monasterio, portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid, tiene una petición para el Gobierno de la Comunidad: ella y sus compañeros exigen saber en qué colegios se garantiza el derecho de los y las chavalas a recibir una educación de calidad que respete sus derechos sexuales y reproductivos, así­ como su derecho a una vida libre de violencia. Desde el partido de ultraderecha alegan que las familias deberí­an tener la facultad de intervenir en la educación que reciben sus criaturas y que, por tanto, pueden negarse a que reciban cierta información en las escuelas. Ahora quieren limitar la educación contra la LGTBfobia que reciben. Luego, querrán controlar la versión de la Guerra Civil que recogen los libros de Historia y acabarán por pedir que las familias puedan decir si se cuenta o no se cuenta qué pasó en el Holocausto. Hablan del derecho de la familia a conocer las formaciones que se vayan a impartir, a fin de poder negarse a que así­ sea, sobre «cuestiones morales socialmente controvertidas o sobre la sexualidad, que puedan resultar intrusivos para la conciencia y la intimidad de nuestros hijos».

La redacción de la propuesta, que se concreta en lo que han llamado el PIN parental, es lo suficientemente ambigua como para que los padres y las madres puedan interferir en la educación de sus hijos e hijas en prácticamente cualquier materia. Tenemos que tener algo muy claro: el derecho de las familias a educar a sus hijos e hijas según sus valores no anula el derecho de las niñas y los niños a recibir una educación democrática, que garantice sus Derechos Humanos, los respete y los impulsos. No podemos dejar en manos de las familias únicamente la educación en valores porque estos pueden ser contrarios a los principios democráticos. No, por supuesto que una familia no tiene derecho a educar a su hijo haciéndole creer que la homosexualidad es un delito imperdonable, ni muchí­simo menos tiene derecho a educarle en base a unos valores que no corresponden a los principios éticos que tanto nos ha costado instalar socialmente. No, la familia no tiene derecho a decirte, por ejemplo, que el matrimonio entre personas del mismo sexo es una aberración porque, entre otras cosas, es un derecho democrático que no es legí­timo poner en tela de juicio. Por eso son tan importantes los a veces legislativos, precisamente por eso, porque ahora mismo puede que en tu casa te digan que la homosexualidad es inmoral, pero tenemos que garantizar una educación pública en la que se diga que es un derecho inamovible; una educación pública que respete la legalidad y los valores democráticos que nos hemos dado como social, a base de sudor y hostias. Puede que en casa te digan que las mujeres no están preparadas para ciertos sectores profesionales, que es mejor que estudies esto y lo otro, pero en el colegio tendrí­an que explicarte que esa distinción es estúpida y patriarcal, ofrecerte referentes y animarte a seguir adelante con lo que sea que quieres. Puede que en casa te digan que la Guerra Civil española fue una cuestión de bandos, que no hubo buenos ni malos, pero en el colegio te tienen que contar que aquello fue un golpe de estado, que todaví­a estamos pagando las consecuencias, que las fosas siguen llenas de inocentes.

La propuesta de Vox forma parte de una estrategia que llevan tiempo impulsando, que pretende el señalamiento, el escarnio, la censura y la autocensura, de todos los y las profesionales que nos dedicamos, en mayor o menor medida, a las formaciones en cuestiones relacionadas con el feminismo o la diversidad sexual y de género. Hace unos meses, en Mallorca, PP y Actúa-Vox pusieron el grito en el cielo con Isa Duque, la Psicowoman, por su Chocho Charla: Empoderándonos desde nuestros coños, una propuesta formativa sobre educación sexoafectiva para adolescentes y adultos. Tanto PP como Actúa-Vox , así­ como el Institut Balear de la Famí­lia, denunciaron la formación alegando, los muy cí­nicos, que desvirtuaba la lucha contra la violencia machista. En Andalucí­a también pidieron información sobre las y los trabajadores que prestan sus servicios en las Unidades de Valoración Integral de Violencia de Género (UVIVG) y en los Equipos de Familia. Más de lo mismo en la Comunidad valenciana, en la que ha solicitado la misma información que en Madrid: quieren saber quiénes son las personas que acuden a los centros educativos para tratar de frenar la LGTBfobia desde la educación.

Vox lo que pretenden es dejarnos desprotegidas, solas, a merced de los valores de nuestra familia, independientemente de cuáles sean estos, democráticos o no. Pretenden acabar con algo que aún ni siquiera habí­amos logrado afianzar completamente: que la escuela sea un espacio de libertad sin precedentes. Quieren que los padres y las madres puedan elegir, según sus valores morales, y que puedan elegir por encima de nuestros Derechos Humanos. No vamos a permitirlo porque, por desgracia, muchas de nosotras todaví­a crecemos en familias que creen que estamos enfermas, así­ que necesitamos colegios que nos acojan, abracen y abriguen. Nosotras no podemos llegar a sus casas, pero tenemos que conseguir que ellos no lleguen a los colegios.

La necesidad de referentes es indispensable en una educación libre, que consolide los valores de la ciudadaní­a. No podemos permitir que ningún chavala o chavala crezca pensando que, por ser lesbiana, gay o trans, tiene algún problema que puede ser resuelto. Necesitamos formación e información que contraste lo que nos dicen en casa porque las familias, a veces, mienten y muchas veces, duelen. Dicen que hay cuestiones, relacionadas con la educación de sus criaturas, que tienen derecho a dejar para su intimidad. No. Nada de eso. No podemos reservar para la intimidad la defensa de los Derechos Humanos, porque estos no están en manos de nuestras familias, nos corresponden per se y corresponde a las instituciones trabajar para que se garanticen. Entre ellos, recibir una educación sexoafectiva que no criminalice ninguna alternativa. Faltarí­a más. Decí­an en Twitter que no entendí­an por qué nos poní­amos tan nerviosas. No han entendido que no son nervios, que es rabia, pero, de todas formas, yo lo que no entiendo es por qué se ponen tan fascistas. En cualquier caso, que nadie se agobie, podéis estar tranquilas: no os vamos a dejar solas. Ni en la escuela, ni en la calle.

Andrea Momoitio es coordinadora de @PIKARAMAGAZINE

Artí­culo publicado originalmente en publico.es

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