La crisis multiplica las desigualdades entre estudiantes ricos y pobres

Martí­n Cúneo

La crisis del covid-19 ensancha y profundiza la brecha entre el alumnado de distintos orí­genes socioeconómicos, según analiza Save The Children en un informe.

España es el paí­s con mayor abandono escolar de toda la Unión Europea. Un 17,9% de los jóvenes entre 18 y 24 años no ha terminado el bachillerato, unas cifras que están muy lejos de la media europea, situada en el 11,9%.

La crisis sanitaria, social y económica amenaza con agravar aún más esta situación y ensanchar la brecha entre los niños y niñas de rentas bajas y altas, un efecto que puede perdurar en el tiempo, advierte la ONG Save The Children en el informe Covid-19: cerrar la brecha: «La inequidad de nuestro sistema educativa no es algo nuevo, existí­a y persistí­a antes de esta crisis. La covid-19 no ha hecho más que evidenciar las diferencias que ya existí­an entre el alumnado de distinto origen socioeconómico y ahondar y ampliar las brechas educativas previas».

El cierre de las escuelas y la crisis económica provocada por el coronavirus «tendrán un efecto claro en el aprendizaje de los niños y niñas», especialmente en los que viven en los hogares más precarios. Desde esta ONG piden a las administraciones medidas urgentes para abordar las consecuencias más inmediatas que la crisis está teniendo en el alumnado, entre otras, que den prioridad a los estudiantes de las familias más vulnerables en la vuelta a la nueva normalidad educativa y que refuercen los centros escolares donde acuden mayor número de niños y niñas de familias de renta baja.

Una crisis, impactos diferentes

Una de la primeras medidas para la contención del virus, el cierre de los centros escolares, ha traí­do un limitación «en las oportunidades de aprendizaje del alumnado, especialmente el más vulnerable», señala este informe.

La interrupción de las clases presenciales y la consiguiente reducción de tiempo lectivo pueden llevar, indican desde Save The Children, a una «pérdida de competencias y conocimientos» comparable a la que se produce en las vacaciones de verano. A estos problemas de «olvido veraniego» se le suman los derivados de la falta de tiempo, de herramientas y de recursos para que los docentes puedan dar un seguimiento individualizado a los alumnos. En estas circunstancias, tener en cuenta los diferentes ritmos del alumnado o «contextualizar los aprendizajes para atraer su interés» se convierten en tareas mucho más difí­ciles. Este efecto, irremediablemente unido, sostienen, a peores resultados académicos, «tendrí­a más consecuencias para las niñas que para los niños, así­ como para alumnas y alumnos de origen migrante o de entornos socioeconómicos más desfavorecidos».

Según destaca esta ONG, diversos estudios ya han venido señalando que este «olvido veraniego» —un fenómeno de desaprendizaje que se verá agravado por los meses de curso perdido por el confinamiento y la desescalada— crea «brechas entre niños y niñas de distinto origen socioeconómico».

La principal razón de esta desigualdad se encuentra, según sostiene esta organización de defensa de la infancia, en los diferentes usos del tiempo de ocio. Los estudiantes que forman parte de familias de renta alta, afirman en el estudio, suelen tener «un nivel de participación más elevado en actividades organizadas durante el verano, pasan más tiempo leyendo y dedican menos tiempo a ver la televisión», todas ellas actividades relacionadas con «su desarrollo cognitivo». Estas actividades, así­ como pasar más tiempo con sus progenitores, según este estudio, compensan en parte este «olvido veraniego». Los niños de familias más vulnerables tienen muchos más problemas para eludir este efecto. Y en este curso, la reducción de tiempo lectivo en los estudiantes de renta baja «aumentará aún más las diferencias con sus pares de entornos socioeconómicos más favorecidos».

Abandono escolar

Pero los problemas no acaban aquí­. La desvinculación emocional con la escuela, con el profesorado y el resto del alumnado son otros aspectos que pueden llevar a un mayor abandono de los estudios. La vinculación entre el centro y el alumnado, a través de un trato personalizado y la atención de sus necesidades especí­ficas, son algunos de los elementos que tienden a disminuir los riesgos de fracaso escolar. Unas herramientas que han saltado por los aires con la suspensión de las clases presenciales. En el caso de los niños y niñas de familias de renta baja, mantener esta vinculación con el centro es aún más difí­cil y esta se convierte, según Save The Children, en «prácticamente inexistente», entre otras razones, por la brecha digital y la brecha de conectividad.

«Esta falta de comunicación y seguimiento puede agravar procesos de desvinculación progresiva que, ya antes de esta crisis, afectaba al alumnado más desfavorecido. Esta desvinculación no solo tiene efecto en bajos resultados académicos, repetición y abandono escolar, sino que además, puede perpetuarse en el tiempo: los niños cuyas madres no terminaron la ESO abandonan de forma temprana diez veces más que los de las madres universitarias», sentencia el informe.

Para esta ONG otro de los aspectos que conlleva un mayor riesgo de abandono escolar es el desigual impacto de la crisis económica, con sus previsibles consecuencias en la inseguridad laboral, la precariedad y el desempleo para las familias más vulnerables. Si algo han demostrado los estudios realizados al respecto, señalan desde Save the Children, es la relación entre la situación laboral de la familia y el éxito escolar de sus hijos: «A mayor inestabilidad del contrato laboral menor es la probabilidad que los menores obtengan graduado escolar a los 15-16 años y mayor probabilidad de que dejen los estudios, pero no trabajen». Una ecuación que ya fue demostrada, dicen, durante la crisis de 2008, donde pudo establecerse una causalidad entre la pérdida de trabajo y variables que miden el rendimiento académico de los estudiantes.

Este deterioro en la «salud mental del entorno», según definen en el informe, se va acrecentado por los efectos psicológicos que está teniendo esta crisis en función del ambiente familiar y comunitario, unas variables que dependen del «estrés que haya en su entorno y de cuánto dure, de la estabilidad de recursos que tengan y de la presencia de relaciones sociales que protejan y moderen ese estrés».

Una investigación de The Lancet citada en el informe documenta situaciones de estrés postraumático, confusión, ira y ansiedad en niños que han pasado por confinamientos prolongados en epidemias precedentes. La pérdida de rutina, el miedo a contagiar o a ser contagiado, la reducción de contacto social, sentimientos de soledad son algunos de los efectos psicológicos más usuales, que pueden tener consecuencias visibles en los procesos de aprendizaje y en el rendimiento académico.

Según el estudio de Save The Children, «es la exposición continuada e intensa a un estrés tóxico, especialmente en los primeros años de la infancia, la que tiene mayor impacto a largo plazo en el aprendizaje, comportamiento y salud fí­sica y mental».

Artí­culo originalmente publicado en elsaltodiario.com

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