«Existe una cultura educativa que no aborda la sexualidad y los afectos, que enseña que es mejor no saber nada»

Patricia Reguero

Psicólogo, profesor e investigador, Lucas Platero recuerda que la Educación ha sido siempre un lugar en disputa y pide al Gobierno de coalición que sea valiente, porque se pueden hacer polí­ticas públicas queer, antirracistas y feministas. O, al menos, intentarlo.

A la derecha se le da muy bien imponer temas de conversación, y de ahí­ que hablemos de «pin parental» y nos afanemos en contener esa censura en la escuela sin cuestionar, por ejemplo, las ratios en las aulas. Lo dice Lucas Platero, psicólogo, profesor y autor de Trans*exualidades: Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos además de coautor de Cuerpos marcados, entre otras obras de investigación. Platero, que esta semana ha recibido el premio Emma Goldman de la Fundación Flax de Viena, recuerda que la Educación ha sido siempre un lugar en disputa, como muestra el hecho de que cada vez que el Gobierno cambia de color se cree una nueva ley educativa. Al Gobierno de coalición le pide que sea valiente, porque se pueden hacer polí­ticas públicas queer, antirracistas y feministas. O, al menos, intentarlo.

Llevamos varios dí­as oyendo hablar del veto (o pin) parental. ¿Qué es y por qué es un tema de conversación?

A la derecha se le da muy bien tratar de imponer los temas de conversación y distraernos con una polémica para seguir haciendo cosas terribles. Es la estrategia de Bolsonaro, de Trump, de la ultraderecha que maneja ciertos códigos y trata de arrastrarte a su forma de enfocar el debate. El pin parental no es otra cosa que censura, es un permiso adicional para que las familias decidan sobre cosas que no les toca decidir, usando tendenciosamente los términos de si mis hijos son mí­os o no. Alude a cierta idea capitalista y neoliberal: esto es mí­o, me lo he comprado. ¿Tenemos hijos e hijas como tenemos coches, como tenemos casas, ropa o móviles? Evidentemente no. Y, al mismo tiempo, creo que estamos obligados a responder a un debate impuesto y a dar argumentos de por qué se equivocan.

Por otra parte, hay una ausencia en todas las cuestiones que tienen que ver con la educación, y es preguntar a las personas que están directamente implicadas en el ámbito educativo. Ya sea a las criaturas, a las familias, al profesorado, al personal no docente que está en los centros educativos… que son quienes te pueden decir cuáles son los problemas que hay en la educación, problemas del dí­a a dí­a. Si no acudes a la comunidad educativa y su conocimiento directo, es fácil que venga un gurú y te venda una fórmula mágica para acabar con nosequé problema. Creo que hay que resituar el debate en nuestros propios términos.

¿Y cuáles son?

Los problemas en Educación tienen que ver con cosas concretas como la ratio. Para que se puedan hacer proyectos relevantes tienes que poder establecer una relación significativa con el alumnado, y esto nos lo ha dicho la gente de educación infantil, la gente de educación especial, y es verdad en cualquier nivel educativo. Sin ese ví­nculo no hay aprendizaje. Además, los problemas tienen que ver con los recursos, la consideración de la educación como un ámbito social en el que hay que invertir, el apoyo a proyectos transformadores, la posibilidad de generar equipos, de trabajar con las familias.

Has escrito sobre los «cuerpos marcados». ¿Qué son y qué sitio tienen en los espacios educativos?

Silvia López y yo utilizamos este concepto para hablar de cómo las polí­ticas públicas producen categorí­as que contribuyen a la vulnerabilidad de algunos cuerpos. Polí­ticas públicas, como la educativa, que ofrecen diferencialmente ciertas condiciones vitales, como es el acceso a la educación de calidad, o la integración educativa, el reconocimiento de derechos, la posibilidad de acceder a espacios libres de violencias, entre otros.

En esa producción de categorí­as, desaparecen las personas y sus cuerpos, y a algunas personas se les roba su condición humana, como ha pasado con los «mena». Hay una ausencia de formación, y ausencia de tratar algunos temas en la pizarra y en el currí­culum, que está causando mucho daño en la infancia y en la juventud, y en sus familias. No solo es que haya una parte pequeña de chavales, que serí­an los señalados como LGTBQI, como racializados, o marcados por su diversidad funcional, sino que existe una cultura de la violencia escolar en la que crecen todos los chavales. Existe una cultura educativa que no aborda la sexualidad y los afectos, que enseña que es mejor no saber nada. ¿En qué otro ámbito del conocimiento es aceptable decir que no saber es mejor?

Has mencionado la pizarra. ¿Qué pasa cuando escribes con una tiza «sexualidad», «deseo», «homofobia»?

El alumnado te dice: «¡Cómo mola, parece que no estamos en clase!». Porque estás hablando de las cosas que les importan y conocen de primera mano. Una vez hicimos una dinámica en la que tení­an que apuntar todas las palabrotas que habí­an escuchado en las últimas 24 horas y analizar en la pizarra qué términos usamos para insultarnos y por qué son insultos. Y vimos que muchos insultos tienen que ver con la sexualidad, el género, la capacidad, la procedencia, el color de la piel. Al ver esa pizarra llena de las cosas que se dicen en el patio pero no se escriben, es cuando parece que «no estamos en clase». Poder traer estos temas a la pizarra ayuda a entender cómo nos relacionamos y cómo cambiar estas relaciones.

En los últimos años ha habido avances significativos, por ejemplo en la visibilización de la infancia trans, y se podrí­a pensar que se moví­an las cosas hacia un debate más rico y más complejo. Pero hablar del pin parental nos lleva otra vez al muro de contención. ¿Se vienen pasos atrás?

La visibilización de la infancia y juventud trans es un cambio importante, que tiene que ayudar a pensar en cómo se concibe la educación como reproductora de binarismos sexuales. No se trata solo de aceptar que algunas personas cambian de casilla, con mucho esfuerzo y pasando por muchos castigos. Por otra parte, para mí­ el objetivo no es que una ONG haga una charla, sino que se trata de que el profesorado asuma una responsabilidad sobre un contenido educativo que le da miedo. Y le da miedo por varias cuestiones, una porque piensa que es un tema delicado o controvertido y que las familias les pueden denunciar. Como si las familias fueran todas terribles y no fueran nuestras aliadas. También nos da miedo porque se puede volver una pregunta sobre nuestras vivencias personales. En tercer lugar, creo que da miedo porque se nos ha dicho repetidamente que hay contenidos que son serios y evaluables, y luego están las actitudes, que no son importantes. Pero estos temas no son secundarios o solo ligados a la vida privada. Son importantes porque están ligados a la violencia que vive la infancia, la sea el incesto, el abuso sexual, el abandono, el acoso, el suicidio. Y porque aluden a sus derechos básicos como infancia y juventud. Mi experiencia es que hay cada vez un profesorado que se forma para responder a las necesidades del alumnado, y lo veo cada dí­a.

¿De quién son los alumnos?

Probablemente de sí­ mismos. Habitualmente los profes hablamos de «nuestros alumnos». Tienes «tu» tutorí­a, «tus» chavales, y ese sentido de propiedad lo usamos con gente a la que queremos acompañar, es la manera cariñosa de vincularnos. Pero claramente no son nuestros. La educación es un proceso en el que acompañas a alguien, en diferentes edades, para que puedan ser personas autónomas, y hasta la gente más conservadora estará de acuerdo con esto. Y, como en la vida adulta, son personas interdependientes con autonomí­a para tomar decisiones. Esta idea de poseer a otra persona remite a un sentido de propiedad muy capitalista sobre la que no cabe hablar de derechos humanos, o de la infancia, o de violencia machista. Es una manera muy perversa de pensar sobre otra persona, por mucho que sea tu hija o tu pareja.

¿Puede un gobierno hacer polí­ticas públicas queer, antirracistas y feministas? ¿Cabe esperar eso de este Gobierno?

Yo creo que sí­ se pueden hacer polí­ticas queer, antirracistas y feministas. Me acuerdo especialmente de las Jornadas por unos Municipalismos Queer en Barcelona en 2018, con Ada Colau, citando a Simone de Beauvoir y Donna Haraway, para pensar cuál es esa utopí­a queer que nos puede ayudar a imaginar otras formas de hacer polí­tica. Me parece que la crí­tica binarista que se planteaba es válida, porque lo que necesitamos no es solo una polí­tica que represente las identidades sociales que hoy por hoy damos por buenas, sino también que cuestione las normas que nos gobiernan para violentarnos. Por poner un ejemplo, no solo queremos una Dirección General de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial liderada por una persona con experiencia polí­tica y que sea una persona racializada, sino que nos interroguemos por la blanquitud cuando se hace polí­tica y se hace gobierno. Se puede hacer un gobierno feminista, antirracista y queer, con voluntad y apoyos para hacerlo. Que no es lo mismo que decir que este Gobierno lo va a poder hacer, o va a querer hacerlo. Para que este Gobierno se parezca más a lo que deseamos de él nos toca estar vigilantes, generar debates y ayudar a pensar más allá de los debates de la ultraderecha o de los términos blandos que nos imponen sectores moderados de los movimientos sociales o los partidos como el PSOE.

Pensando en Educación, parece que vamos a tener una nueva ley que incluye la coeducación y la perspectiva de género, que es justamente lo opuesto al debate sobre el control parental sobre los contenidos educativos. Esto será una mejora seguro sobre la ley actual de Educación. Cada vez que hay un cambio de partido, tenemos una ley nueva, está claro que la educación moldea ciertos valores y hay una disputa por esta capacidad de influencia. Mi deseo para esta ley educativa es que avance en una mirada interseccional y feminista sobre la educación, que se atreva a atacar los problemas que hay y que se deje aconsejar por quienes los conocen de primera mano, que no se quede sólo en un feminismo de la segunda ola que reconoce las diferencias entre hombres y mujeres.

Dices que la educación moldea y esto puesto en manos de quienes manipulan discursos, como han hecho con el de Pamela Palenciano, puede sonar a «moldear comunistas». ¿La derecha no moldea?

Por supuesto. Cuando las leyes que promueven hablan de «emprendedores», cuando te quitan las referencias a la igualdad en el preámbulo de las leyes, cuando apoyan el toreo y la caza también moldean. Cuando apoyan la escuela segregada por sexo y por la clase social están moldeando un mundo de desigualdades. Creo que la desobediencia de lo que es injusto es también una forma de educar.

¿La desobediencia tiene que caber en los espacios formales de educación?

Soy de una generación en la que ser un buen niño y portarse bien era ser obediente. Me doy cuenta ahora y con mi práctica profesional de que hay formas de violencia como es el acoso sexual, por poner un ejemplo, en las que es la infancia desobediente quien tiene más herramientas para decir lo que les está pasando y sortear el silencio impuesto por el agresor. Son aquellas personas que han sido educadas en ideas crí­ticas, y no en obediencias, las que tienen una conformación de la personalidad que les permite elegir su autocuidado frente a la violencia del mundo adulto. Porque saben que hay normas que no hay que cumplir porque no están bien. La desobediencia es parte del proceso de autonomí­a, otra cosa es que a los adultos no nos guste.

Cambiando de tema, radicalmente… El enfrentamiento entre feministas que se dicen «radicales» con las mujeres trans y el transfeminismo, ¿de dónde viene y por qué está así­ de enconado?

Creo que hay una pérdida de hegemoní­a de algunas feministas que han sido muy importantes. Cuando el 8M se vuelve multitudinario y masivo, con gente muy diferente que se autoproclama feminista, estas mujeres están perdiendo un lugar de reconocimiento. O, al menos, así­ lo sienten. Algunas de estas señoras de la segunda ola reclaman el poder de decir quién es feminista y quién no, como si fuera un carné por puntos. Y la gente más joven no necesita carnés, ni ser autorizada para participar de un movimiento social plural. Antirracismo, interseccionalidad, no binarismo, transexualidad, son términos cotidianos para el feminismo de hoy, y deben serlo. Y desde esas posturas transexcluyentes se vuelve a la idea de un feminismo blanco, burgués, excluyente y desconectado de las necesidades cotidianas de la sociedad. Es una ficción pensar que todas las mujeres tienen las mismas necesidades, los mismos cuerpos, los mismos trabajos, los mismos miedos, las mismas amenazas, las mismas habilidades… La potencialidad del feminismo de la tercera ola es plantear la diversidad del colectivo de mujeres para darnos cuenta de que en esos binarismos están muchas de las relaciones de poder que generan más desigualdades, y estas desigualdades ocurren también en el espacio escolar. Cuando hablamos la sexualidad en la escuela es porque existe violencia sexista, que afecta a todo el alumnado, no solo a unas pocas personas.

¿El feminismo se rompe por aquí­?

Sí­, pero no pasa nada. Ya estaba roto por muchos motivos como la prostitución, subrogación, pornografí­a, trabajadoras del hogar, antirracismo, etc., y las escisiones pueden dar lugar al surgimiento de nuevas propuestas. Tenemos que poder enfrentarnos al desacuerdo y sobrevivir.

Artí­culo originalmente publicado en elsaltodiario.com bajo el tí­tulo [«Lucas Platero: ‘La posesión es una manera muy perversa de pensar en otra persona'»

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