Educación feminista: en los colegios y las familias aún queda mucho por hacer

Marí­a Soledad Andrés Gómez, Profesora Facultad de Educación, Universidad de Alcalá

La violación múltiple de una joven en las fiestas de San Fermí­n de 2016, conocido como el caso de La Manada, y la campaña internacional originada en EE.UU., #METOO, han tenido una enorme repercusión social en los últimos tiempos.

Un número altí­simo de mujeres jóvenes se incorporaron a las protestas, pero esto no parece haber tenido repercusión suficiente en las culturas escolares.

Para que así­ suceda, serí­a necesario el impulso propiciado por polí­ticas educativas que fomenten de forma decidida la educación en la igualdad en los centros españoles.

Un reciente artí­culo publicado en la revista Science (Bian, Leslie y Cian, 2017) señalaba, para sorpresa de muchos, la influencia de los estereotipos asociados al género desde la temprana edad de seis años. Así­, las niñas a esa edad tienen menos probabilidades de creer que las de su género son «realmente, realmente inteligentes», evitando las actividades que se interpretan como de elevado nivel de dificultad.

Este serí­a el efecto inmediato, pero, a largo plazo, explicarí­a la subrepresentación de las mujeres en campos profesionales tradicionalmente asociados al prestigio, como la fí­sica, por ejemplo, al asociarse tempranamente la alta competencia cognitiva sólo al género masculino.

Este hallazgo viene a sumarse a otras aportaciones dentro de la psicologí­a del desarrollo que, con anterioridad, han mostrado que en torno a los cuatro años, niños y niñas han vinculado juegos y juguetes y roles, asociados a género: camiones y soldados para chicos; muñecas y enfermeras para chicas. A través del juego, niños y niñas construyen su percepción del mundo, incorporan las ideas sobre su funcionamiento y se comportan a partir de ellas.

El papel del juego en un rol sexual estereotipado

A estas edades tempranas, en las que la mente infantil no ha alcanzado aún un desarrollo complejo, niños y niñas van acumulando experiencias asociadas a un rol sexual estereotipado a través del juego e, igualmente, a través de la observación de su entorno, en donde se muestran modelos sociales y de relación que incorporan el mismo tipo de sesgos.

Así­, se asocian las tareas de cuidado de otros, de mantenimiento del hogar, etc., se convierten en referentes de conducta, se interiorizan y se interpretan como «naturalmente» asociadas a los roles de género.

La «tormenta perfecta» de la desigualdad

Si a todo esto se suma que algunas escuelas mantienen la segregación por género y que en ellas las niñas son instruidas explí­citamente en la asunción del rol que se espera de ellas, en su comportamiento («Las niñas no hacen!»), en su lenguaje («Las niñas no dicen!»), en su aspecto («Las niñas no llevan, no se ponen!»), etc., ya está lista la «tormenta perfecta» que sustenta la desigualdad de género.

«Tormenta» que se completa, a su vez, con la ausencia de referentes femeninos en los libros de texto, en donde no se visibilizan mujeres en lugares y profesiones tradicionalmente asociados al rol de la masculinidad, otro factor esencial que induce la interiorización de la inferioridad.

Existe en muchas sociedades

Y, dicho esto, me adelanto a quienes, ingenuamente, creen que en las culturas y paí­ses más avanzados, con escuelas y currí­culos que no segregan de manera explí­cita, ya no sucede.

No es preciso recordar la reproducción de los roles sexistas en el ámbito público y privado, la brecha salarial, la desigualdad en los cargos de representación polí­tica, etc.

Por no hablar de las violencias explí­citas sufridas por las mujeres, desde las menos graves, como el uso restringido del espacio público, o el acoso callejero, hasta las de gravedad extrema, que tienen su doloroso reflejo en los abusos sexuales, las violaciones y en los desgraciadamente frecuentes asesinatos por razón de género.

En su revisión de estudios sobre convivencia y aprendizaje escolar, las investigadoras Dí­az Aguado y Martí­n Seoane (2011), coincidiendo con lo mencionado más arriba, informan de que las diferencias encontradas en el comportamiento de hombres y mujeres no se explican únicamente a partir de las diferencias debidas al sexo biológico sino, sobre todo, por la generalización transcultural de los estereotipos sexistas.

La influencia negativa del mito del amor romántico

Entre ellos, no puedo dejar de señalar la influencia dañina que ejerce en niñas y jóvenes adolescentes el mito del amor romántico, presente de manera indiscriminada en todas las culturas, fomentando la dependencia emocional, limitando la autonomí­a y sentando las bases de la sumisión que, los casos más extremos, subyacen a la violencia de género (Yuste, Serrano, Girbés & Arandia, 2014).

La coeducación en la escuela y la familia: una necesidad urgente

Es frecuente escuchar en una variedad de ámbitos que la educación es la vacuna que previene la violencia. Cierto es que, con lo que sabemos y hemos resumido brevemente más arriba, si la socialización se deja al albur de lo que se aprende en las interacciones cotidianas, está asegurada la reproducción de la discriminación incluso en sociedades democráticas y formalmente avanzadas. Por tanto, resulta imprescindible que la escuela, como institución socializadora básica en el desarrollo de la infancia, junto a la familia, asuma las funciones que garanticen la igualdad real y la no discriminación por razón de sexo.

Pero no se nos escapa que los agentes responsables de la elaboración de currí­culos y planes de estudio, como son las administraciones educativas, y el profesorado, han sido socializados en las mismas pautas y roles que el resto de la población. No están, por tanto, libres de prejuicios y estereotipos que con demasiada frecuencia llevan a negar la necesidad de impulsar polí­ticas y prácticas educativas enfocadas a la formación en igualdad de niños y niñas.

A la luz de los datos, queda mucha tarea por hacer, pero el camino está más que iniciado, como nos muestran expertas referentes en el campo como Marina Subirats y Amparo Tomé, entre muchas otras. Ellas, junto a Nuria Solsona, acaban de publicar un excelente dossier: («Coeducar: poner la vida en el centro de la educación», 2019) en donde señalan la importancia de reforzar la coeducación («No es una opción, es una exigencia»), diseñando actuaciones en los diferentes niveles y ámbitos del sistema educativo que garanticen su éxito y continuidad.

Implicar a equipos directivos y administraciones educativas

Así­, señalan la necesidad de implicar a equipos directivos, profesorado, administradores educativos y responsables polí­ticos.

Conscientes de la dificultad del cambio necesario, de las resistencias y dificultades para llevarlo a cabo, enfatizan tareas especí­ficas con perspectiva de género que deben construirse en cada uno de los sectores: el profesorado, en sus metodologí­as didácticas y en los contenidos curriculares; los equipos directivos, en la promoción de la organización de los tiempos y espacios coeducativos más allá de las aulas (como los patios) y la administración educativa para el diseño de un marco legal promotor de la igualdad real.

También conscientes del reto y atendiendo a la urgencia de la intervención orientada al cambio hacia una sociedad en donde mujeres y hombres se relacionen libre e igualitariamente y disfruten del afecto basado en el respeto mutuo y el deseo compartido, existen ya numerosos materiales de gran calidad.

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